No hubo tiempo para largas meditaciones y sólo se dio cabida a las despedidas de rigor. Cada uno se mantuvo fuerte para el otro. Cada uno se aferró a su Fe. Cada uno siendo dos.
De todas formas y sólo por precaución, se administraron los santos óleos. Ella lo despidió en el elevador y él prometió volver.
La operación inició a las 12.00PM
¿Qué pasó en el quirófano?, ¿Qué sucedió en la operación?, ¿Qué hilos se tejieron y cuáles se destrenzaron?
A las 5.00 PM pidieron a los familiares que subieran a quirófano y ella sube
―No fue una buena operación― el Dr. Gómez Aviña habló con voz firme y clara―Hicimos lo que fue posible pero el aneurisma reventó antes de que iniciáramos―Después continuó dando una explicación general de la operación.
―Es cuestión de horas―sentenció―y todos los relojes del mundo se frenaron.
¿Qué es una cuestión de horas?, ¿Qué era en esos tiempos cuando no conocíamos internet ni el genoma humano?, ¿cuándo los robots no hacían operaciones?, ¿de qué hilos pendía la vida?
Y, ¿cuántas horas es una cuestión?, ¿2, 10, 24, 100?
Entonces la cuestión se transforma en días y el conteo de horas y minutos representa un desangre silencioso de aquellos que esperan.
Y hay tres vidas que esperan lejos de la escena, hay tres vidas que no saben de cuestiones, ni de horas. Hay tres relojes en el mundo que no se frenan nunca y que extrañan a mamá y papá. Hay tres vidas que reclaman el juego y la cena a la misma hora.
Y ella camina hasta encontrar un refugio familiar y desploma su cuerpo al sentirse protegida. No queda más que llorar, pero su Fe sigue presente.
La espera se prolonga y ella sabe que no será cuestión de horas, sabe que no será cuestión de días, sabe que no se resignará y que Dios le estaba haciendo una pregunta mirándola a los ojos.
Y ella fue a la capilla y delicadamente puso las rodillas en el piso. Y no agachó la cabeza y no rompió a llorar, ni gritó reclamos sin sentido.
Lo dijo tan quedito que ni ella lo escuchó. Lo dijo tan segura que Dios no pudo ignorarlo. Lo dijo con los ojos abiertos, mirando al Cristo de frente. Lo dijo una sola vez, segura de que había sido escuchada:
Déjamelo. No me importa cómo. Déjamelo. Aún si nunca despierta. Aún como un vegetal. Déjamelo
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Una voz infantil hacía eco sin saberlo.
―¿Qué es rezar, abuelita? ―preguntaba una niña que no sabía ejecutar la instrucción que se le había asignado
―rezar es platicar con Dios, le vamos a pedir que cuide mucho a tu papi y que lo traiga pronto a casa―explicaba la abuela intentando que no se cortara la voz
―y ¿qué hace mi papi con Dios?
La abuela no contestó. Rodeo con sus manos el cuerpo infantil, envolviéndola como un caparazón, y escondiendo la lágrima que se le escapó de los ojos.
―Repite conmigo ―pidió la Abuela―Padre Nuestro, que estás en los cielos….
Pasaría más de un mes, antes de que se supieran las respuestas, pero la decisión se había tomado en ese preciso instante.
“Déjamelo”, había sido pronunciado. Y hace 33 años, Dios accedió