20090524

EXPLICACIÓN NO PEDIDA


No
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No es mediocridad ni conformismo. No me estoy dejando llevar por la vida sin medir consecuencias. No estoy flotando a la deriva. No he soltado el timón. No soy merced del viento.
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No
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No es negligencia ni desidia. No es necedad ni rencor. No es omisión. No es berrinche ni autodefensa. No es falsedad y mi argumento (si es que existe) no carece de sustento.
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No
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No es incredulidad. No es falta de confianza. No es autodestrucción ni abandono. No es egoísmo. No es falta de amor. No es falta de FE. No es despotismo.
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No
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No es avaricia. No es terquedad. No es injusticia. No es imparcialidad. No es pérdida de tiempo. No es resignación. No es insensatez. No es libre albedrío
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Tal vez es un poco de miedo.
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Tal vez
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Un día desperté y me gustó ser quien soy, estar dónde estoy y me pareció que mi vida era buena.
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Quizás
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La aceptación ha sido la decisión más valiente de mi vida.
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*Foto tomada de gbvalle.blogspot.com

20090517

EXTRAÑOS


Para llegar a mi trabajo en las mañanas puedo elegir entre cuatro caminos.

La primera opción consiste en avenidas principales. En esa ruta hay muy pocos semáforos y, aunque en teoría debiera ser rápida, suele ser la más congestionada.

La segunda alternativa considera una calle importante, sin que sea eje vial. Hay muchos semáforos y en ambos lados de la acera se observan montones de tiendas de marca. A pesar de eso, en las mañanas suele no estar tan abarrotada.

El tercer camino es una zona más fea. También considera avenidas principales pero atraviesa una zona industrial. Es la ruta más rápida, aunque implique un poco más de rodeo. La uso, sólo cuando llevo mucha prisa.

La cuarta opción puede decirse que es la ruta "turística". Me voy por calles internas de Polanco (una colonia "nice" de la ciudad) y paseo por rincones que siento que ya he hecho míos: la tienda dónde venden unas tortas buenísimas, la farmacia que entrega a domicilio, el restaurante que abrió una amiga, el puesto de comida oaxaqueña, el SPA, la escuelita dónde van los niños de uniforme amarillo, un par de jacarandas enmarcando una glorieta y, justo en la esquina, un edificio viejo de tres pisos que contrasta con el nuevo conjunto habitacional que construyeron al lado.

Hace un par de años iba manejando por este camino y al pasar por enfrente del edificio viejo, me pareció ver a una persona en la ventana. Fue una mirada muy rápida y me llamó mucho la atención porque me pareció ver que no llevaba camisa.

Reconozco que la curiosidad me hizo tomar ese camino al día siguiente y pasé más despacio por el mismo sitio. En esta ocasión pude constatar que el hombre se estaba bañando y que la ventana que daba a la calle dejaba ver todo el torso desnudo.

El sujeto parecía satisfecho de disfrutar de ambos baños a la vez, el rutinario y el baño de sol, que tomaba a través de su ventana descaradamente abierta.

Al principio me sentí una fisgona y metiche por haber "espiado" a la persona. Sin embargo, al darle una segunda pensada, me parecía raro que alguien tuviera la ventana del baño abierta y sin cortina, consciente de que cualquier persona podría observar tan íntimo suceso. En ciudades como en la que vivo, estamos acostumbrados a encerrarnos en nuestos espacios y no permitir la visita de miradas extrañas. Es raro encontrar gente en balcones o personas asomadas a la calle.

Probablemente la persona que yo observé era un extranjero, pues no se me ocurre que alguien acostumbrado a vivir aquí, deliberadamente dejara una ventana sin cortina.

Aunque no pasaba seguido por ese camino, me acostumbré a levantar la vista y enfocar la ventana del baño del tercer piso, cada que cruzaba por el edificio. Aprendí también que si llegaba a ver el chorro de agua saliendo por la regadera, era señal de que iba a llegar 5 minutos tarde al trabajo. También aprendí que el muchacho se bañaba de frente a la regadera y que acostumbraba cantar. Incluso alguna vez hasta me pareció verlo bailando.
Y alguna vez, quizás a causa de una desvelada o de acumulación de problemas sólo lo observé estático dejando que el chorro de agua le recorriera la espalda.

Es curioso cuántos desconocidos incluimos en nuestra vida como parte de un paisaje que pensamos estático. Nuestras rutinas parecieran compartirse con el mismo grupo y sin darnos cuenta llegamos a conocer más de esas personas que de aquellas a quienes tenemos más cerca.

Cuando viajaba en metro, podía decir qué libro estaba leyendo cada uno de los cuatros paseantes que coincidiamos siempre en la misma ruta. Y confieso que sentía una curiosidad incontrolable por preguntar cuando se había terminado una lectura. "¿le habrá gustado?".

Es probable también que les esté inventando historias que no tengan que ver con la realidad. Y me pregunto también si yo no seré el blanco de la imaginación de extraños a mi paso. Veo rostros en mi camino que he vuelto familiares: la mujer que me entrega el Publimetro todas las mañanas y que aparenta una pena real, cuando se le agotan antes de que yo llegue, el policía de la entrada del fraccionamiento que saluda con una sonrisa de oreja a oreja, la mujer que espera el autobus con sus dos hijos y normalmente lleva pantuflas, el muchacho que pide limosna en el semáforo, aunque a decir verdad se ve muy sano y fuerte. Y así añadí la historia de ese extranjero que se baña alrededor de las 9.00AM

Somos testigos silenciosos de la vida de los otros y me causa cierta vulnerabilidad saber que hay alguien que de igual forma, descifre mis rutinas. Tal vez por eso, no acostumbro siempre ir por el mismo camino; quizás por eso leo tres libros a la vez; escucho estaciones diferentes en el radio y pretendo no ser yo a veces. Probablemente es un juego tonto y eso me vuelve aún más predescible.

La semana pasada tomé de nuevo la ruta "turística". Sabía que iba a llegar tarde, pero quería darme una vuelta por mis rincones de Polanco. Quería observar cómo lucían después del encierro voluntario al que nos sometimos. Me acerqué a la glorieta de las jacarandas que lucían con su tono lila mágico más intenso que nunca y ví al edificio igual de viejo. La ventana del piso uno cerrada con su cortina color café claro, el segundo piso con las cortinas blancas y la ventana entreabierta; y al detener mi vista en el tercer piso, choqué con un letrero grande, justo en la ventana que ahora estaba cerrada, que decía: SE RENTA.

20090508

No quiero usar cubrebocas, porque...



Despinta mi lápiz labial
Me pica en las mejillas
Aplasta mi nariz
Me despeina
El elástico me molesta en las orejas
Se me enreda en los aretes
Se me empañan los lentes al respirar
Me da calor
Me incomoda al hablar
No estoy segura de que me proteja de un contagio
Todas las demás personas traen uno puesto, lo que me hace pensar que yo estoy a salvo.
HE DICHO

20090504

MEMORIAS DE LA ABUELA

"Serás una letra en un papel,
un papel hecho pedacitos,
un encierro en un cuaderno
y un viaje a la inmortalidad"


Recitó la sentencia con la seguridad de quien lo ha dicho 100 veces, pero en su caso, el conjuro se había formado al instante en su cabeza y ella sólo lo pronunció en voz alta como para repetirse lo que una voz interior le afirmaba.

Y después dio paso al dolor incomprendido que provocan esas rupturas adolescentes.

Y rodaron esos lagrimones infantiles que a los 18 años parecen infinitos.


Y juro llevarse el recuerdo a la tumba

Y esa decisión sintió que le partía en dos el corazón

Y noche tras noche, justo antes de que el sueño le permitiera viajar al mundo de lo impensable, acariciaba con nostalgia su recuerdo y reafirmaba su promesa:


"A la tumba - murmuraba - ahí te vas a quedar conmigo"

Y llegó el tiempo que envej
eció...
Y las cicatrices se le borraron de la memoria y las heridas no causaban dolor


Y se pasaba todo el día con una risa de viejecita que enseñaba sin pena unos huecos donde antes hubo dientes


Y cuando le pedíamos que nos narrara historias viejas, de esas que a nuestros oídos saben a leyendas, nos miraba con una ternura exquisita y decía:

"ya estoy muy viejita como para contar historias"


Y cuando la muerte se apareció en el patio de la casa donde ella tendía sus viejas sábanas,
Y cuando el viento soplaba con discreción sobre sus cabellos cenizos y rizados

Y cuando sintio que el pecho se le hacía chiquito y le apretaba el gran corazón que le latía dentro


Sonrío a su destino y lo recibió con la misma certeza que vio llegar la noche todos los días.


¿Y el recuerdo? ¿el que juró llevarse consigo?

Ah! ese lo dejó de separador de un libro... Del mismo libro que acabo de leer...


Descuida abuela, yo te lo llevo a la tumba...